La historia interminable, Michael Ende, Pan

Panecillos

—Bastián, hijo —decía una y otra vez—, muchacho, chaval, ¿dónde has estado? ¿Qué te ha ocurrido?

Sólo cuando estuvieron sentados a la mesa de la cocina y el chico bebía leche caliente y comía panecillos que su padre le untaba cuidadosamente con abundante mantequilla y miel, se dio cuenta Bastián de lo pálido y delgado que era el rostro de su padre. Tenía los ojos enrojecidos y la barbilla sin afeitar. Sin embargo, por lo demás, su aspecto era el mismo que entonces, cuando Bastián se marchó. Bastián se lo dijo.

—¿Entonces? —preguntó su padre extrañado—. ¿Qué quieres decir?
—¿Cuánto tiempo he estado fuera?

La historia interminable (1979)

Panecillos

—Desde ayer, Bastián. Desde que te fuiste al colegio. Cuando no volviste llamé al profesor y supe que no habías estado allí. Te he buscado todo el día y toda la noche, hijo. He avisado a la policía, porque me temía lo peor. Dios santo, Bastián, ¿qué te ha pasado? Casi me vuelvo loco de preocupación. ¿Dónde has estado?

Y entonces Bastián comenzó a contar lo que le había ocurrido. Lo contó muy detalladamente y tardó varias horas.
Su padre lo escuchaba como nunca lo había escuchado. Comprendía lo que Bastián le contaba.