Volvió, pero después del anochecer, y para entonces las hermanas pequeñas estaban en la cama, dormidas a base de Rice Krispies, patatas fritas de bolsa, bollos de pasas, pan hecho en la sartén y vitaminas de naranja, todo con extra de azúcar. Luego hubo un poco de ¿Quién teme a Virginia Woolf?, que había sido elección suya, no mía.
Milkman (2018)
Me alteró muchísimo por ser del siglo XX, pero me di cuenta de que no era el diálogo ni el argumento lo que les interesaba a las hermanas pequeñas, sino el título de cuento de hadas, y querían oírlo una y otra vez. Así que fui colándolo cada tres o cuatro frases y eso las calmó, hasta que se durmieron.
Dejé la puerta de su cuarto entreabierta, bajé al salón sin hacer ruido y me senté en el sillón entre el silencio de la penumbra. Pensé en encender la radio para ver si decían si estaba muerto, pero no soportaba la radio: esas voces que anunciaban, esas voces que murmuraban, esas voces que repetían cada hora, cada media hora, en esos boletines especiales urgentes extraordinarios, todas las cosas que yo no quería oír.